jueves, 22 de enero de 2009

La estirpe calvinista de nuestros economistas

Más que la agresividad y la experiencia del equipo negociador gringo, lo que más nos debe preocupar en la negociación del TLC es nuestra propensión ideológica para aceptar los acuerdos que más convienen a los Estados Unidos.

Podría pensarse que la época de las tormentas ideológicas culminó con la caída del muro de Berlín. Así nos lo quiso dar a entender Fukuyama, autor de El Fin de
la Historia. Pero cuando leemos a varios de nuestros economistas, nos damos cuenta de que la supuesta asepsia de sus dictámenes técnicos tiene un trasfondo ideológico cualitativamente igual al de los juicios de valor del mamerto tipo de los años 70.

Para defender a ultranza al TLC, muchos acuden a la pseudo ley natural de la especialización en el comercio internacional enseñada por Smith en el siglo XIX. Acuden a la fuerza de los argumentos simples: si en una sociedad hay personas que se dedican a ser peluqueros y otras abogados, es apenas lógico entonces que unas naciones se especialicen en microchips y servicios financieros y otras -como pareciéramos auto-condenarnos- en uchuvas, flores y eventualmente en una industria textil (con materia prima cotton USA, por supuesto) de escaso valor agregado.

No sé si las recientes autopistas matemáticas de la econometría impiden que nuestros economistas vean el fondo teológico del pensamiento de Smith. Detrás de sus planteamientos, encontramos la filosofía de las luces escocesas, expresión de las tesis más fundamentalistas del calvinismo. Es decir, unos nacieron predestinados y por lo tanto son ricos porque exportan bienes de alto valor agregado; otros nacieron condenados y su expresión terrenal son las chichiguas de sus exportaciones. La distribución actual de las ventajas conseguidas por unos países debe mantenerse inmutable y no puede ser mejorada. Por algo Smith sustituyó el concepto secular de la mano invisible por el de providencia.

El historiador Eric Hobsbawm explica que hace 150 años, los teóricos del mercado libre (en aquella época británicos) dijeron a los alemanes que debían incrementar su producción agrícola, venderla a los ingleses e importar de Gran Bretaña los productos manufacturados, puesto que sus ventajas comparativas en remolacha y cereales eran imbatibles y los ingleses producían bienes industriales a menor costo que los alemanes.

De modo que hoy los ricos rodarían en Mini Cooper y no en BMW y todos comeríamos remolacha bávara. Menos mal para Alemania, que sus economistas no fueron ideologizados en las universidades inglesas.

El buen momento conservador

Escribía la semana pasada sobre la crisis del partido liberal. No podía dejar entonces de escribir hoy sobre el doble del mismo, sin embargo, antinomia irreconciliable, el Partido Conservador.


Con cierto orgullo satisfecho los conservadores exaltan el aparente triunfo en el mundo de las ideas conservadoras. Con íntima satisfacción miran al inconsútil partido liberal dividido en preocupaciones mezquinas y viudo del poder. Como un artículo de fe, ven en el presidente Uribe la representación de sus ideas.

En lo inmediato, la coalición con el gobierno fortalece al Partido Conservador. De esa manera se sintonizan con el gobierno más popular de los últimos años, participan en los altos cargos y reciben parte de los beneficios políticos propios de la cercanía con Uribe. No obstante, esta situación hoy coyunturalmente positiva será, a la larga, más fácil pensarla que vivirla.

Si el Partido quiere proyectarse como colectividad fuerte, deberá salirse del espejismo en que vive, amplificado por las excelentes relaciones con el gobierno. No me refiero a que el Partido Conservador abandone el barco uribista. Sería un inútil error político que causaría graves problemas de gobernabilidad. Pero sí debería empezar a reflexionar en sus líderes futuros, porque un partido con ambiciones de proyección en el tiempo no puede reducirse a una disciplinada coalición.

No deben olvidar los conservadores que Uribe es un liberal y nunca ha dejado de serlo. Y que si existen ciertas coincidencias entre las políticas del gobierno y los postulados históricos del Partido de Caro, eso no convierte al gobierno en uno conservador.

El actual sistema electoral fortalecerá a los partidos. Pronto, la pelea entre liberales opositores y el gobierno terminará dándose en el seno de la colectividad roja que de esa forma retomará parte del vigor de antaño.

El reto para los conservadores es aprovechar el buen momento, pero siempre pensando que la política es un péndulo y que tarde o temprano tendrán que emanciparse de la figura del Presidente si quieren convertirse en una opción seria.