Es un lugar común entender que sin justicia una sociedad termina repitiendo sus círculos de violencia. También lo es afirmar que sin verdad las victimas no hacen el duelo de su tragedia y la sociedad no adquiere memoria colectiva de un pasado violento que no se debe repetir.
Después de 25 años de violencia causada por el narcotráfico de lo que fuera el cartel de Medellín de Pablo Escobar y los hermanos Ochoa, la memoria de esos hechos violentos regresa como un fantasma que se rehúsa a desaparecer. A pesar del tiempo transcurrido, los recuerdos y los reclamos de justicia regresan con particular vehemencia.
Las verdades sobre el Palacio de Justicia se levantan de sus tumbas para asechar a los responsables que pensaban haberle dado la vuelta a esa escabrosa masacre. La Comisión encargada de revelar la verdad sobre esos hechos, las ollas que se han venido destapando con la ley de justicia y paz y los testimonios de arrepentidos lugartenientes de capos, dejan claro que la toma del palacio fue una tenebrosa alianza orquestada por el cartel de Medellín con el M 19 y militares corruptos. Durante 24 años, el país prefirió echarle tierra al holocausto de la justicia colombiana. Hoy, vivimos tribulaciones y dolorosos recuerdos por no haber querido cerrar esa herida con el sello de la verdad y la justicia y por permitir que varios de los responsables se pavonearan horondos y temerarios con la justicia y la memoria de los familiares.
La vida de Alberto Santofimio es otro homenaje a la impunidad y a la alianza entre narcos y políticos. Santofimio siempre fue arquetipo del político al servicio de la mafia, y en particular de la poderoso cartel de Medellín con el que fraguó importantes alianzas políticas, hasta cuando vio que le era más rentable acercarse con una más discreta y en ascenso como la de Cali. Hoy, el país se debate por los resultados de la investigación del asesinato de Luis Carlos Galán, y constata como ese fantasma de impunidad y de herida abierta regresa hoy después de 19 años.
Si miramos la realidad del país con un poco de curiosidad nos damos cuenta de que muchos actores y cómplices del cartel de Medellín se pavonean con la temeridad propia de quien tiene por costumbre desafiar a la justicia. De quién siente que la impunidad es una característica más de sus habilidades para salirse con la suya. Santofimio ha estado cuatro veces en prisión. Otros como Guillo y Juan Gonzalo Ángel, con el libreto y la participación de José Obdulio Gaviria, pretenden quedarse con un pedazo de la televisión colombiana. Hoy controlan una parte muy importante de la Comisión Nacional de Televisión y pretenden hacerse sentir en la prórroga de la licencia de los dos canales privados como en la licitación del nuevo. El fantasma del cartel de Medellín regresa, tanto por estar en el origen la más escabrosa violencia narco como paramilitar de los últimos años, como también por tener - con alta sofisticación - a sus cómplices y miembros en diferentes posiciones de poder político y económico.
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