Con cierto orgullo satisfecho los conservadores exaltan el aparente triunfo en el mundo de las ideas conservadoras. Con íntima satisfacción miran al inconsútil partido liberal dividido en preocupaciones mezquinas y viudo del poder. Como un artículo de fe, ven en el presidente Uribe la representación de sus ideas.
En lo inmediato, la coalición con el gobierno fortalece al Partido Conservador. De esa manera se sintonizan con el gobierno más popular de los últimos años, participan en los altos cargos y reciben parte de los beneficios políticos propios de la cercanía con Uribe. No obstante, esta situación hoy coyunturalmente positiva será, a la larga, más fácil pensarla que vivirla.
Si el Partido quiere proyectarse como colectividad fuerte, deberá salirse del espejismo en que vive, amplificado por las excelentes relaciones con el gobierno. No me refiero a que el Partido Conservador abandone el barco uribista. Sería un inútil error político que causaría graves problemas de gobernabilidad. Pero sí debería empezar a reflexionar en sus líderes futuros, porque un partido con ambiciones de proyección en el tiempo no puede reducirse a una disciplinada coalición.
No deben olvidar los conservadores que Uribe es un liberal y nunca ha dejado de serlo. Y que si existen ciertas coincidencias entre las políticas del gobierno y los postulados históricos del Partido de Caro, eso no convierte al gobierno en uno conservador.
El actual sistema electoral fortalecerá a los partidos. Pronto, la pelea entre liberales opositores y el gobierno terminará dándose en el seno de la colectividad roja que de esa forma retomará parte del vigor de antaño.
El reto para los conservadores es aprovechar el buen momento, pero siempre pensando que la política es un péndulo y que tarde o temprano tendrán que emanciparse de la figura del Presidente si quieren convertirse en una opción seria.
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